Sus estructuras talladas en rocas, su rico legado histórico y su belleza indomable la han convertido en una de las maravillas arqueológicas más impresionantes del mundo.
La legendaria urbe se encuentra en el sur de Jordania, en la región montañosa de Edom, y fue la capital del próspero reino Nabateo entre los siglos IV a.C. y II d.C.
Los nabateos, un pueblo árabe nómada, la establecieron como importante centro comercial y cultural en la encrucijada de las rutas comerciales de Arabia, Egipto y Siria. Su ubicación estratégica le permitió acumular riqueza y poder, que se reflejaron en las magníficas formaciones que construyeron.
Una de las características más emblemáticas del sitio es el Tesoro, o Al-Khazneh, fachada que se erige majestuosa al final del estrecho desfiladero conocido como El Siq. Esta obra maestra arquitectónica, tallada en piedra arenisca rosa, sirvió como tumba real nabatea y ha fascinado a los visitantes durante épocas con su intrincada ornamentación y su aura de misterio.
Entre sus principales atracciones se encuentran el Monasterio o Ad-Deir, una base colosal en la cima de una colina que ofrece vistas panorámicas del desierto circundante; el Teatro Romano, y el Templo del León Alado, dedicado al dios nabateo Dushara.
Además de sus monumentos más conocidos, alberga una variedad de espacios y tumbas labradas en rocas que atestiguan la riqueza cultural y religiosa de la ciudad. En general, cada estructura revela capas de historia y significado que han perdurado a lo largo de los siglos.
La importancia cultural e histórica de Petra se refleja en su designación por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura como Patrimonio Mundial en 1985, un reconocimiento internacional que destaca al lugar como una de las maravillas del mundo antiguo y moderno.
(Tomado de Orbe)