Según el grupo de trabajo de la denominada como Investigación de Sangre Infectada, pesquisa prolongada durante los últimos cinco años, personal médico y Gobierno conocían de esta situación, desde los orígenes del Servicio Nacional de Salud (NHS) en 1948.
No obstante, significó el documento, fallaron a las víctimas en repetidas ocasiones y las expusieron a riesgos inaceptables.
Para el responsable de la investigación, Brian Langstaff, la magnitud de esas conclusiones resulta “horripilante” y subrayó la deliberada intención de “ocultar la verdad”.
El texto mencionó entre los riesgos a los que expusieron a miles de personas—tres mil de las cuales ya fallecieron— la repetida importación de productos sanguíneos del extranjero, incluida sangre de donantes estadounidenses de alto riesgo como presos o drogadictos.
Langstaff denunció que ese desastre no fue un accidente, pues médicos, centros de transfusión y gobiernos no dieron prioridad a la seguridad de los pacientes, de ahí la ocurrencia de infecciones y la destrucción de vidas por la negligencia.
Los grupos más afectados, de acuerdo con el estudio, fueron las personas con hemofilia y trastornos en la coagulación, a quienes se les suministró sangre con hepatitis C, y aquellos que recibieron transfusiones tras el parte, accidentes o durante tratamientos médicos.
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