Cuentan que los indígenas originarios indicaban a los conquistadores españoles que, al morir, el diminuto y mítico animalito, de un amarillo intenso y pequeñas manchas oscuras, se convertía en oro, de ahí su nombre.
Una leyenda precolombina de las tierras centrales del país istmeño afirma que quien vea o logre poseer un ejemplar, gozará de buena fortuna.
Con un peculiar festival dirigido a cultivar hábitos y normas de su preservación, los actuales pobladores del Valle de Antón celebran cada 14 de agosto el Día Nacional de la Rana Dorada.
En 2005, preocupados por el descenso de la población de este pequeño animalito, científicos panameños y estadounidenses procedieron al rescate de colonias y establecieron la necesidad de un Centro de Conservación de Anfibios en la localidad.
La ciencia busca revertir los efectos del hongo Batrachochytrium dendrobatidis, que afecta a más de 700 tipos de anfibios y ha provocado el declive de poblaciones en todo el mundo, así como la extinción de casi 200 especies.
En 2019, se conoció incluso que expertos del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales comenzaron a congelar espermatozoides de Atelopus zeteki en otro esfuerzo por evitar la extinción de este anfibio.
Las ranas enfermas por dicho hongo presentan un transporte de electrolitos aquejado, que reduce principalmente las concentraciones de sodio y potasio en la sangre y les ocasiona un paro cardíaco.
A través de la reproducción en cautiverio y la creación de poblaciones estables, se busca minimizar el riesgo de extinción de las especies en peligro y se generan oportunidades para investigar las amenazas que enfrentan.
Panamá tiene el propósito de incluir a la rana dorada en la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.
(Tomado de Orbe)
