Aunque sus orígenes se registran antes de la conquista española, la forma de preparar este alimento —que consumen los nicaragüenses preferiblemente en los desayunos de fines de semana— ha evolucionado. Según cuentan, en un principio el nacatamal, cuya palabra viene del náhualt nacatl, que significa carne, y tamalli, (tamal) (tamal de carne), se hacía con la proteína conseguida de la caza silvestre, como la de venados y armadillos.
A la fusión cultural resultante de la conquista y la colonia, en el marco de una cultura viva y dinámica, se incorporaron nuevos ingredientes y procesos, y así el sabroso platillo pinolero se realiza actualmente a base de maíz, manteca, papa, arroz y carne de cerdo.
Se consume de manera tradicional con café y pan, aunque muchos prefieren comerlo solo, para disfrutar mejor sus sabores. Otro detalle apunta al imprescindible envoltorio, confeccionado con hojas de plátanos, conocidas en el habla popular nicaragüense como chagüites, expresión que también proviene del náhuatl.
Si bien el nacatamal es muy popular en la nación centroamericana, no cualquiera se atreve a prepararlo, por lo cual es muy común ver en la capital, por ejemplo, lugares muy específicos donde cada viernes lo venden gracias a la especialización lograda por varias familias a lo largo de los años, que le impregnan un auténtico sabor.
Escritos sobre el tema aseguran que la importancia de este alimento va más allá de lo gastronómico, pues su historia está ligada a los antepasados del pueblo nicaragüense, a su relación con la tierra y la manera de entender la vida.
En el país de los lagos y los volcanes también se degustan otros tamales parecidos como la tamuga, a base de arroz y carne de res, y la montuca. El nacatamal de maíz tierno que es un emblema de Pueblo Nuevo, en el norteño departamento de Estelí.
(Tomado de Orbe)
