Pero ahora, de manos inesperadas, le surgen unas pequeñas, pero temibles aliadas devenidas guardianas de su supervivencia: las abejas,
La inquietud por el destino de los manglares surgió hace años en esta ciudad portuaria keniana y dio origen a una iniciativa oficial cuyas buenas intenciones languidecieron hasta morir por falta de fondos.
Ese escenario pareció el canto del cisne de los manglares que pueblan la costa de Mombasa al océano Índico, cada vez mas despoblados a causa de la tala indiscriminada para uso comercial o, en menor escala, para alimentar las hogueras de los sectores más desfavorecidos de la zona.
Pero el instinto de conservación de los habitantes de la costa imprimió a la situación un viraje de 180 grados con un poco de imaginación, un mucho de necesidad y el uso de un arma inesperada, para decir lo menos…
Los residentes, temerosos de la extinción de los manglares, sus primeras y mejores defensas ante el aumento del nivel del mar por el calentamiento global y contra los frecuentes ciclones, acudieron a la siembra de panales de abejas que, se comprobó, atacan a los madereros cuando talan los mangles.
Pero los insectos, tenidos por ejemplos de laboriosidad, hasta el punto que Napoleón Bonaparte las tomó como símbolo de su imperio, adquirieron, además, fama de generosas pues su miel, cosechada con arreglo al más estricto cuidado, proporciona a los residentes un ingreso bienvenido en estos tiempos de penuria.
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