El fundador del movimiento chiita Amal y sus compañeros Mohammad Yaacoub y Abbas Badreddine desaparecieron el 31 de agosto de 1978 durante una visita oficial a Libia por invitación del difunto presidente Muhammar al-Gadafi.
Desde entonces, la verdad detrás de su pérdida todavía permanece enmascarada y su figura es homenajeada en la nación por su capacidad de movilizar al pueblo contra el sectarismo, la privación, la pobreza y la injusticia social.
Nacido el 4 de junio de 1928, el libanés de origen iraní vivió la Segunda Guerra Mundial y fue testigo de la ocupación israelí de Palestina en 1948.
Acompañó la agresión tripartita contra Egipto, así como la Guerra Fría y la resistencia popular en Vietnam, y luego la derrota de los árabes en 1967, que condujo a la restauración del fracaso de 1973 ante la entidad sionista.
El pensador alertó de los presagios de la guerra en Líbano y de su estallido en abril de 1975 y dedicó sus visitas al extranjero a esfuerzos encaminados a poner fin al conflicto civil y restaurar el papel del país en el mundo árabe.
Defensor de diálogo, al-Sadr es referencia en el establecimiento del Consejo Islámico Supremo Chiita, de instituciones e institutos artísticos, impartió conferencias y siguió el movimiento de la modernidad en el mundo del arte y la literatura.
Para el erudito, arreglar la situación en Líbano representaba un preludio para salvar a la región árabe y poner en orden la política internacional frente a las ambiciones israelíes.
Sus acciones contra el sectarismo y los esfuerzos por crear un Líbano fuerte y unido entre musulmanes y cristianos, allanaron el camino para un movimiento dedicado a proporcionar una sociedad igualitaria y justa.
En opinión de periodistas, historiadores y políticos, desde su visión, Líbano, unido a la revolución palestina, es la piedra angular de la construcción de la verdadera civilización humana que lucha en esta región.
A 46 años de su desaparición, muchos analistas consideran que Libia fue un lugar donde varios intereses internacionales se confabularon para eliminar una gran amenaza a la agenda occidental, pues años después de la pérdida de al-Sadr, Israel invadió Líbano en 1982.
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