Por la avenida Paseo de la Reforma transitaron figuras de tamaño monumental, desde un enorme ajolote, anfibio endémico de este país latinoamericano, hasta calaveras de varios metros, algunas con vistosos sombreros en representación de la Catrina, símbolo popular de la muerte.
Tampoco faltaron los que en el desfile y fuera de él usaron maquillaje y aditamentos propios de este personaje, bautizado con su nombre actual por el pintor Diego Rivera, pero cuya raíz proviene de La Calavera Garbancera, una creación del ilustrador José Guadalupe Posada.
El evento mostró también la cultura de los pueblos originarios, ligada estrechamente a las celebraciones y evidente en elementos distintivos de estas fechas, entre estos, las flores de cempasúchil, colocadas en las ofrendas con las que los mexicanos rinden homenaje a los difuntos.
También en los altares sobresalen el copal, una resina aromática utilizada desde tiempos prehispánicos como medio de purificación, y pequeñas calaveras de azúcar y chocolate, papel picado, velas y veladoras, así como pan de muerto y los platillos y bebidas favoritos de los que ya partieron.
Las ofrendas adornaron hogares, panteones e instituciones de gobierno, pero también sus elementos distintivos dieron vida y color a calles y negocios privados.
En la céntrica plaza del Zócalo, punto final del desfile, los visitantes locales y foráneos pudieron apreciar, además, una de las llamadas megaofrendas, compuesta por 21 piezas de cartonería (artesanía local) de diferentes tamaños, entre los seis y 10 metros, además de un espejo de agua y un jardín de cempasúchil.
Al conversar con Prensa Latina, Hanni, habitante de esta capital, dijo que “la tradición de la ofrenda va más a allá de lo que uno piensa”.
“La festividad tiene un gran valor espiritual para los mexicanos. Es reconfortante la idea de que tus seres queridos muertos vienen una vez al año a visitarte y también es una bellísima forma de no olvidarlos, de hacerles saber ‘te recuerdo’”, expresó.
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