Con apenas una agónica victoria ante Australia por diferencia mínima, los dirigidos por Armando Johnson cayeron además antes los elencos representativos de República Dominicana, Surcorea y Japón y no pudieron cumplir con sus pronósticos de mejorar el sexto lugar alcanzado en la primera edición y llevarse uno de los cupos disponibles para la superronda.
La mala imagen que dejaron los de la mayor isla del Caribe en la edición precedente de 2019, cuando se ubicaron en el décimo puesto con un triunfo y dos fracasos, no se pudo borrar en esta oportunidad, porque más allá de los resultados de los partidos volvieron a salir a flote los demonios que atacan a su deporte nacional.
A pesar de cumplir una preparación de varias semanas con una extensa preselección de 60 peloteros y de realizar una provechosa gira por Asia donde disputaron más de 10 partidos, la dirección del conjunto se mostró errática con sus estrategias de selección al no interpretar con éxito las capacidades reales de sus atletas.
Sin entrar en el viejo tema del desconocimiento de sus contrarios, tarea pendiente en el béisbol cubano, los encargados de mover los hilos de los juegos se mostraron divorciados con las normas que rigen este deporte en la actualidad.
Reacios a determinados cambios en la alineación y deficientes en el manejo del cuerpo de relevistas, la directiva no mostró el carácter necesario para enfrentar este reto, además de evidenciar una mala lectura de las señales que se dan sobre la grama de los terrenos.
A pesar de quedar ubicados en una llave muy fuerte donde tenían que batirse con los difíciles equipos asiáticos, el sabor amargo que queda en la boca de los aficionados va más allá de victorias y derrotas.
Los lanzadores aceptaron 24 carreras limpias en 42 capítulos para un promedio por juego de 5.14, que, aunque no es bueno, tampoco contó con el apoyo de una ofensiva, que además de producir solo para .235, conectó muy poco con corredores en los sacos.
Entre los cuatro bateadores de mayor rango dentro de la escuadra (Erisbel Arruebarrena, Alfredo Despaigne, Ariel Martínez y Yoan Moncada) apenas ligaron 14 incogibles con par de dobles en 69 veces oficiales al plato para un anémico .203 de promedio ofensivo.
Con esos guarismos no se podía combatir contra unos contrarios que aumentan su calidad por días y gozan de unas bien estructuradas ligas profesionales.
Las dudas, sobre todo por la calidad que tienen los peloteros cubanos, demostrada por muchos de ellos en circuitos profesionales, vuelven a decaer en las estrategias de entrenamientos, los criterios de selección y la capacidad del colectivo técnico para motivar, unir y sacar lo mejor de ellos en una competencia internacional.
Si esto no funciona, como ha acontecido desde hace varios años, Cuba no se puede avergonzar —no obstante haber sido referencia mundial de este deporte en el pasado— por pedir ayuda o mirar de cerca lo que hacen sus vecinos.
Los directivos deben abrir cuanto antes todas las puertas para buscar oxígeno, tener la valentía para reconocer sus errores y, por supuesto, permitir que solo aquellos que estén plenamente capacitados puedan llevar sus riendas.
No se puede permitir que se conviertan en cenizas el orgullo y la pasión que les dieron a Cuba los antepasados gloriosos con sus actuaciones legendarias; y además, deben desterrarse justificaciones o quejas ante la realidad que nos rodea y golpea.
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