La celebración anual que conmemora el nacimiento de Jesús impregna de un espíritu festivo los días finales de noviembre y prácticamente todo diciembre, en una competencia no declarada en cuanto a luces, adornos y, por supuesto, los esperados mercados y árboles navideños.
En Europa son reconocidas por el ambiente que asumen en esta época del año ciudades como las alemanas Colonia y Dresde; Viena, Salzburgo e Innsbruck, en Austria; Zagreb, en Croacia; las suizas Ginebra y Zúrich; Edimburgo, en Escocia; Gdansk, en Polonia; Praga, en Chequia; la finesa Helsinki y la inglesa Manchester, entre muchas otras.
Sin embargo, la urbe francesa de origen romano y también de alma alemana insiste en reclamar la corona de la festividad, ayudada por su impresionante Casco Histórico, el animado barrio La Petit France, la catedral de Notre-Dame, sus puentes y las típicas casas de colores con entramados de madera, muchas de ellas decoradas con particular ingenio.
La magia llega cuando cae la noche, que sugiere como primera parada la plaza Kléber con su engalanado abeto de unos 30 metros de altura, los locales y chalets que ofrecen artesanías, vinos calientes y platos típicos, desde las especialidades a base de salchichas hasta el berewecke (pan de Navidad), los maennele (golosinas con forma de muñecos) y el bredle, un dulce casero con recetas celosamente protegidas.
Otro destino obligado es la catedral, punto de referencia del antiguo mercado navideño de St. Klausenmarkt (San Nicolás), cuya realización se remonta a la Edad Media.
Los mercados de este tipo son sin dudas epicentros de las celebraciones, pero las luces, los adornos y las guirnaldas abundan por doquier en Estrasburgo, ciudad que acoge para la festividad a unos dos millones de visitantes anuales. ¡Tanta gente no puede estar equivocada!
(Tomado de Orbe)