Cuentan los viejos que el nombre viene del contraste entre el frijol y el arroz; el mismo, sin dudas, que originó para los españoles el de “moros y cristianos”, y la colonización “sincretizó” bajo el apelativo de “congrí” en Cuba y otros países latinoamericanos y caribeños.

“Arte culinario evolucionado como una comida entrañable que llega a todas las capas sociales”, al decir del estudioso costarricense Rodolfo Cordero, quien va más lejos, al considerarlo, en declaraciones a Orbe, como “alma de la mesa nacional” y “ritual matutino que celebra la vida misma”.

“No hay acá mejor manera de empezar el día -agrega el investigador- que con un plato humeante de gallo pinto acompañado de huevos fritos o revueltos, tortillas (de maíz) recién hechas y una taza de café negro y aromático.

Más que una receta, es un ritual matutino que acompaña las conversaciones y celebra la vida misma.

La nicaragüense Karina Masis, por su parte, ratifica que el gallo pinto es un plato básico en su país, el cual debe prepararse con frijoles rojos y cebollas, generalmente cocidos en aceite vegetal, y a veces, en grasas animales.

Olga La Fuente Young, ama de casa y vecina nuestra en San José, sintetiza el diálogo sobre este platillo, cocinera al fin, con la descripción de cómo lo elabora ella misma.

“Le echo al aceite la mitad de una cebollita mediana, igual de un chile dulce y un poquitico de culantro. Sofrío bien y cuando está bien doradito, agrego los frijoles ya ablandados con agua y, al hervir todo, un poquitito de salsa Lizano.

Entonces añado el arroz y lo voy mezclando todo hasta que se ligan los sabores y me va quedando tostadito. Pongo sal al final y solo queda que usted le dé un besito al pinto”.

(Tomado de Orbe)