Es el ciberdelito, hijo natural de la propagación planetaria de lo que dio en llamarse la supercarretera de las comunicaciones y hoy es un elemento infaltable en la cotidianidad de cientos de miles de millones de habitantes de este valle de lágrimas, muchos de ellos, si no todos, listos a obtener ganancias rápidas y sin esfuerzo.

Por lo general no existen ni el príncipe azul ni la dama en apuros, sino especialistas en el uso de la Internet participantes en una cofradía de delincuentes que roban con guantes de seda los ahorros de ingenuos que aún creen en el cofre de monedas de oro al final del arco iris.

La magnitud de la estafa es tan amplia que varios países africanos decidieron tomar cartas en el asunto y organizaron una redada continental que, hasta el momento, resultó en el arresto de 306 de esos Rafles modernos atrapados como quien dice con las mano en el teclado ya que no en la masa.

Entre noviembre de 2024 y el mes pasado la Operación Carta Roja registró varias redes de fraudes extranacionales cuyos blancos eran plataformas de inversiones y de mensajería, cuentas bancarias y sus víctimas identificadas, unas cinco mil personas, acorde con un comunicado difundido en esta ciudad, capotal de Nigeria.

La inmensa mayoría de los arrestos ocurrieron en Nigeria, 130, de ellos 113 extranjeros indocumentados, obligados a trabajar para los capos de la red so pena de denunciarlos a las autoridades, a los cuales les confiscaron 26 vehículos,16 residencias y 685 ordenadores, prueba fehaciente de que, contra lo que dice el aforismo, el crimen sí paga y muy bien.

En Sudáfrica a los 40 sospechosos de liderar una estafa con tarjetas SIM, especializados en phishing, el método de compra y venta de bitcoins, les fueron ocupados mil de esos dispositivos y 53 ordenadores de escritorio.

Y así prosigue la lista que abarca además a Zambia y Ruanda, según el comunicado conjunto de los cuerpos policiales especializados, aunque es muy posible que existan más proyectos, involucrados y por supuesto estafados, muchos de las cuales se abstienen de denunciar el robo de sus fondos por temor al ridículo.

Del hecho puede extraerse una lección que muchos obvian cuando oyen sonar una imaginaria caja contadora: si alguien le propone venderle dólares a 20 centavos, no lo escuche, en la historia no existen anales de semejante transacción.

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