Tal índice representa solo el 1,2 por ciento de las 179,3 mil instituciones educativas. Sin embargo, para los expertos, el número enfatiza problemáticas relacionadas con las desigualdades digitales en el entorno docente y la pobreza energética.
En comparación con 2020, cuando tres mil 818 colegios no tenían energía, el país registró una reducción del 41 por ciento en los últimos cinco años.
De acuerdo con el estudio, la mayor parte de las instituciones están en zonas rurales, principalmente en la región norte (dos mil 46) y nordeste (152).
Amazonas lidera el listado entre los estados con mayor número de escuelas sin acceso a electricidad, con 791.
En la secuencia, aparecen Pará (564), Acre (478) y Roraima (146).
Para la doctora en Educación Adriana de Melo, el porcentaje no puede ser considerado solo estadísticamente, pues cualquier condición básica para que los estudiantes tengan un ambiente adecuado y seguro para el aprendizaje, debe ser considerada.
Refiere que la falta de acceso a la energía crea condiciones adversas que perjudican el rendimiento de los jóvenes.
«Si tuviéramos una sola escuela en Brasil en la que no hay luz eléctrica, eso ya sería un dato importante y algo grave cuando pensamos en las consecuencias para el desarrollo integral de los niños y adolescentes», certifica.
Alerta que la falta de energía eléctrica genera diversas condiciones que serán perjudiciales, no solo para el rendimiento académico, sino, «principalmente, para lo que se dice de una dignidad humana, de derechos iguales para todos».
La doctora en educación Catarina de Almeida señala, por su parte, que resulta necesario prestar atención a las instituciones sin energía, observando otras variables de estos lugares, en particular los relacionados con la infraestructura, que además pueden influir si la enseñanza de los estudiantes se verá perjudicada.
El censo indicó que el año pasado 165 mil 69 escuelas tenían acceso a Internet, mientras que otras 14 mil 217 instituciones no podían usar esta herramienta.
Los entendidos apuntan que este número refuerza, asimismo, la desigualdad presente en Brasil de forma general, principalmente las diferencias digitales.
En la evaluación de De Almeida, vivimos en un mundo cada vez más digital, sin embargo, en las comunidades más necesitadas, los equipos públicos a menudo no ofrecen acceso adecuado a este universo.
Todavía Brasil resulta prematuro en indicadores relacionados con la pobreza energética, lo cual dificulta la evaluación de la dimensión de la situación en el país.
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