De acuerdo con detalles ofrecidos por el periodista Pedro Rioseco, en reporte publicado en el periódico Granma, era la mañana del 29 de junio, hace ya 168 años, en la que se pronosticaban vientos fuertes; pero Matías Pérez, osado e impaciente, decidió emprender un nuevo intento de vuelo en su globo aerostático, conocido como La Villa de París.
Se elevó temprano sobre el habanero Paseo del Prado y nunca regresó, destaca Rioseco.
Pérez se estableció en el siglo XIX en Cuba, entonces territorio español, y en La Habana fundó un taller de toldos y marquesinas en la calle Neptuno, con el cual ganó buena fama y dinero, debido a la popularidad de esos elementos utilitarios entre los comerciantes de la época. Su destreza en estos menesteres le ganó el apelativo de “El Rey de los Toldos”.
Matías Pérez era un amante de los estudios de la aeronáutica del siglo XIX y por ello acompañó en tres oportunidades en sus ascensiones, como ayudante, al piloto francés Eugene Godard, famoso aeronauta nacido en 1827 y quién fue pionero en la construcción de globos de gas y aire caliente.
El también marino y sastre preparaba las condiciones previas a los vuelos, registraba el tubo conductor del gas, supervisaba los instrumentos y lanzaba dos globos pilotos para conocer la dirección del viento.
En 1856 compró a Godard su globo «Ville París» (La Villa de París) por el valor de mil 250 pesos y el 12 de junio del mismo año realizó con su nave el primer intento de vuelo desde la Plaza de Marte (rebautizada como Parque de la Fraternidad un poco más tarde), que en aquella época era utilizada para ejercicios militares.
Desde todos los puntos de La Habana acudieron los citadinos al lugar para presenciar la ascensión del nuevo aeronauta. Una orquesta amenizaba el acto y en cuanto Ville Paris comenzó a ganar altura, el público aclamó con miles de pañuelos y voces.
Pero, ya en lo alto, el globo comenzó a descender con cierta rapidez: se había trabado la cuerda que habría la válvula del globo y Matías Pérez tuvo que subir por las sogas que sujetaban la barquilla; abrió la boca del globo y la mantuvo así con sus brazos para que penetrara el aire y aminorara la rapidez del descenso.
La nave fue a parar a la Quinta de Palatino, cerca del Río Almendares; no obstante, este primer vuelo constituyó un rotundo éxito a pesar de los percances.
Un par de veces más el intrépido toldero intentó perder contacto con el suelo, pero las inclemencias del tiempo se lo impidieron, hasta el domingo 29 de junio de ese mismo año, cuando por fin se elevó para perderse en el infinito.
Todas las búsquedas, por tierra y por mar, fueron infructuosas, nunca se hallaron vestigios del osado portugués, ni de su globo, convirtiéndolo en una leyenda que marcó la historia de Cuba y de la aeronáutica en el país, además de convertir la historia de Matías Pérez en parte indisoluble de la idiosincrasia del cubano y su identidad.
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