Principal trasmisor de virus como el dengue, el zika o la fiebre amarilla, en su actuar el mosquito nota primero la mínima fluctuación de dióxido de carbono en el aire, provocada por la respiración de un ser humano, una detección que se realiza a más de diez metros del sujeto.
Este insecto reacciona a la actividad locomotora e incrementa su reactividad a otros estímulos provenientes del huésped, por ejemplo, el olor de los humanos, detectable a una distancia de uno o dos metros, destacan los autores.
El Aedes aegypti posee una pobre agudeza visual, por lo que la eficacia de estas señales se ve alterada por posibles corrientes de aire. Sin embargo, el mosquito sí sabe que está cerca de alcanzar su objetivo cuando se encuentra a menos de diez centímetros de la piel humana, ya que detecta la humedad y el calor.
A juicio de los científicos, con este hallazgo se podría contribuir en el diseño de nuevas trampas más eficaces para los mosquitos.
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