Su hoja de vida apunta que trabajó de manera oficial para la Agencia Informativa entre 1986 y 1991, pero lo cierto es que desde mucho antes contribuyó de manera asidua con el medio y ya más nunca lograría desvincularse de él.
Primero lo haría desde su natal Bogotá, y más tarde desde la capital cubana donde, a decir de sus colegas, brilló como reportero en la Redacción Nacional.
Se ganó el cariño y el respeto de sus compañeros, que no solo reconocieron prontamente su talento y perspicacia profesional, sino también su jocosidad, el amor inmenso que profesó hacia Cuba y su defensa de cuanta causa justa encontrara a su paso.
Luis Enrique González, presidente de Prensa Latina, lo evoca como su amigo, también jefe, escritor del prólogo de su libro “Colombia: La paz esquiva del Caguán” y un colega fiel ante los llamados de Prensa Latina.
“Nos encontramos muchas veces en Colombia, en mi tiempo de corresponsal en Bogotá, pero uno de los encuentros más alegres y emocionante fue después de estar en el sur por casi dos semanas en un movimiento de la guerrilla por la selva nos encontramos de casualidad y nos abrazamos. Él venía con una columna y yo iba con otra que se cruzaron”, recordó.
Botero conoció de muy cerca la insurgencia latinoamericana, a la que calificó como “un mundo desconocido, distorsionado, objeto de todo tipo de estigmatizaciones y calificativos, pero al que pocas veces el periodismo colombiano se acercó con una mirada desprevenida o equilibrada”, según confesó en una entrevista de hace algunos años.
Quien conoce la obra de Botero sabe que fue un periodista inquieto que buscó comprobar por sí mismo y luego trasmitir aquellas verdades no siempre difundidas y con frecuencia silenciadas de su país.
Fue incomparable cronista por dos décadas del conflicto armado desde el escenario mismo de sus operaciones al exponer las experiencias que como corresponsal captó sobre las extintas Fuerzas Armadas Revolucionarias-Ejército del Pueblo.
Relataría años más tarde que la incursión en ese mundo le dejó imágenes imborrables lo que motivó obras sinceras, duras y reveladoras.
Quedan ahora como valioso testimonio sus documentales “Como voy a olvidarte”, “Cautivos en Colombia” y “Bacano salir en diciembre”, también sus libros “Blanca Oscuridad” y “Simón Trinidad, el hombre de hierro”, entro otros.
Recibió reconocimientos, como Nuevo Periodismo-Cemex (2003) y Mejor Libro colombiano, otorgado por la fundación Libros y Letras (2005), pero en él nada dejaba traslucir engreimiento o soberbia.
Botero era un verdadero periodista, como lo calificó hoy el presidente Gustavo Petro, pero también hombre sensible de trato fácil, un bromista, un amante de la belleza femenina y un adicto incorregible de los frijoles negros dormidos, típicos de Cuba.
Uno de sus más grandes deseos era que se erradicara todo atisbo de violencia en su país natal y así lo reconoció en una entrevista.
“Colombia es el país de América Latina con los mayores abismos en la repartición de la riqueza, espero que se nivele un poco esa diferencia y haya un poco más de justicia social. Que progrese, que haya bienestar colectivo. Sobre todo, sueño un país que elimine de su ADN la violencia”, expresó.
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