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domingo 1 de septiembre de 2024
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Modernos caballeros medievales

París, 1 sep (Prensa Latina) Sin armaduras ni caballos o lujos, pero con largas lanzas y en el agua, los torneos medievales de caballeros tienen en el sur francés un heredero peculiar, mucho menos solemne, aunque igual de atractivo: la Justa Náutica Languedociana.

Durante el verano y con el Mediterráneo de testigo, localidades de los departamentos de Hérault, entre ellas Agde, Béziers, Frontignan, Sète y Palavas; y de Gard, únicamente Le Grau-du-Roi, acogen lizas guiadas por principios idénticos a los de antaño, como el honor y el respeto. Sin estar pendientes a calendarios o convocatorias, no resulta difícil descubrir cuándo transcurren los duelos, debido a la cantidad de público que se acumula a ambos lados de los muelles o canales, en un ambiente festivo que conquista, con la dificultad, eso sí, de conseguir un espacio entre los concentrados espectadores de todas las edades.

El escenario: las calmadas aguas de Languedoc —una histórica región occitana—. Los protagonistas: dos guerreros con un escudo y una larga lanza, cada uno dispuesto para la embestida desde raras embarcaciones. Y el ganador: quien logre hacer caer al rival, en un chapuzón que desata risas; claro, nunca del derrotado.

Los botes rojo y azul suelen ser propulsados por hasta 10 remeros, con una plataforma en la proa llamada “tintaine” donde se ubican los guerreros, mientras en la popa viajan dos músicos, uno con el tambor y el otro con el oboe, responsables del toque marcial que invita a la lucha.

El primer pase es de saludo y el segundo de batalla, con la posibilidad de que sean necesarios otros si ambos contendientes resisten el ataque.

Las reglas del torneo son sencillas y un jurado se encarga de hacerlas cumplir, con advertencias y descalificaciones si llegara el caso.

Desde 2012 la caballeresca práctica está inscrita en el listado del Patrimonio Cultural Inmaterial de Francia, cuyos orígenes se remontan a la primera mitad del siglo XVII en el estanque de Ingril, adornados por una anécdota que incluye al mismísimo cardenal de Richelieu (1585-1642), quien habría disfrutado el espectáculo de la justa náutica durante su paso por Frontignan en 1629.

(Tomado de Orbe)

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