En la temporada se puede contemplar la luna más bonita de todo el año y, a partir del momento, los días se harán progresivamente más cortos mientras las noches se alargarán y el período otoñal se intensificará.
Una antigua canción local señala: “Muchos son los meses en los que se puede ver la luna, pero ninguno como este”.
De acuerdo con los científicos, el día y la noche poseen la misma duración solo dos veces al año, marcadas por el equinoccio de primavera y el de otoño, este último denominado shūbun en japonés.
La celebración se encuentra directamente relacionada con la práctica del budismo en Japón, por lo que la costumbre a partir de este día y durante una semana dicta visitar las tumbas de los antepasados y participar en servicios religiosos en las propias casas o en los templos.
En esta época, las familias colocan ofrendas en los altares budistas que suelen disponer en sus hogares y rezar allí a sus antepasados fallecidos.
Las creencias antiguas indican que los espíritus de los difuntos prefieren la comida con forma redonda.
Además, se visitan las tumbas familiares, a fin de limpiarlas y adornarlas con flores de la temporada, por lo que los cementerios se repletan de colores y olor a incienso.
Como se considera una fiesta de carácter familiar, el tráfico de las carreteras aumenta de forma notable, pero también se insiste en admirar la naturaleza y demostrar aprecio por la fauna y la flora, con una belleza particular en esta estación.
Desde 1948, el Día del Equinoccio de Otoño se convirtió en festivo nacional y muchas tradiciones afloran en la etapa como la de visitar los cementerios y compartir el ohagi, unas bolas de arroz hervido cubiertas con anko (pasta dulce de alubias), que igual se regalan a amigos y vecinos.
Las especies de flores típicas de la estación, como higanbana o lycoris radiata, sirven de adorno en numerosos lugares, mientras en la ciudad de Kioto se celebra el popular Festival Seimei, dedicado a un legendario astrónomo del mismo nombre cuya figura se venera como una deidad.
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