Como un relámpago, el hombre que cruzó las pistas con la furia de un vendaval y la elegancia de un río, celebra otro año de vida, mientras su leyenda sigue corriendo en el alma del deporte.
«El Caballo» le llamaron, porque sus zancadas eran un himno de potencia y libertad y en los Juegos Olímpicos de Montreal 1976, cuando el mundo observaba con incredulidad, rompió las cadenas de lo imposible.
Nadie antes había conquistado el doblete dorado en los 400 y 800 metros, pero Juantorena, tejió la hazaña con cada gota de sudor que brotó de su frente e iluminó la historia para dejar su estela en la eternidad.
Su carrera no fue solo velocidad; fue pasión pura, lucha contra los límites y una declaración de amor al deporte. En cada paso, en cada meta alcanzada, llevó consigo no solo a Cuba, sino a todo aquel que cree en la magia de superarse a sí mismo.
Hoy recordamos al hombre que convirtió las pistas en poesía. Su legado no está hecho solo de medallas, sino de una fuerza que trasciende generaciones y de un espíritu que inspira a correr tras los sueños más audaces.
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