Dice el refranero popular, ese gran productor de lugares comunes, que “el amor todo lo puede”, pero en este caso nadie podía imaginar que tres décadas después de un baño de sangre que costó la muerte a unas 800 mil personas dos miembros de familias enfrentadas por razones tribales unirían sus vidas en un ejercicio de redención y perdón.
El drama shakesperiano transcurre en el bucólico entorno de las ciudades italianas de Mantua y Verona, escenarios ideales para el romance entre la núbil Julieta Capuleto y el hidalgo Romeo Montesco, enamorados a primera vista con una pasión que de tan turbulenta y por un destino trágico, desembocó en la muerte de ambos.
La atracción encanto de la historia imaginada por el cisne de Avon fue tal que trascendió los siglos y hoy millones de personas llevan los nombres de sus protagonistas, pero sin desear el trágico destino de sus homónimos.
Por esos meandros del destino los destinos de los Romeo y Julieta protagonistas de esta historia trabaron conocimiento hace 16 años en una de las aldeas de reconciliación creadas por el gobierno ruandés y decidieron unir sus vidas.
En la actualidad ambos transitan por la vida tal vez sin saber que son émulos de una tragedia imaginaria, pero que en la práctica dan muestra del mismo ardor que los personajes del drama inglés de lo que pueden dar fe los cuatro hijos resultantes de su enlace.
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