Divulgada en el panel de monitoreo del Ministerio de Derechos Humanos y Ciudadanía, la investigación precisa que, en comparación con el mismo período de 2023, hubo un aumento del 26,8 por ciento y la mayoría de los casos involucra negligencia y violencia física, psíquica y patrimonial.
Según los datos, al menos 21 mil denuncias relatan violencia que ocurre desde hace más de un año contra los jóvenes y los pequeños, siendo la mayoría practicada dentro de la vivienda, en la cual la víctima vive con el agresor y es denunciada por terceros.
También las estadísticas recogidas por el informe ponen al desnudo que 19,1 mil víctimas son infantes menores de cinco años.
De acuerdo con la psicóloga clínica Alessandra Araújo, los chavales a menudo no pueden identificar la violencia que sufren, interpretando gestos autoritarios como muestras de cariño.
Por lo tanto, es importante que los adultos alrededor estén atentos a los cambios de comportamiento, como volverse más retraídos o agresivos.
«El adulto enfermo tiene muchas de esas marcas de esa infancia, de ese niño interior. Entonces, buscar ayuda, como grupos terapéuticos infantiles, hará que ese niño pueda fortalecerse. El niño no es el problema, pero a menudo refleja las dificultades emocionales de los padres o cuidadores», alerta Araújo.
La experta afirma, asimismo, que cuando un niño es expuesto a gritos y peleas, su cuerpo libera adrenalina y cortisol, lo que contribuye a un estado de alerta constante.
«Es importante reconocer y abordar estas cuestiones para garantizar un entorno seguro y saludable para el desarrollo infantil», refiere.
Para la psicóloga, las tres principales violencias siempre son la verbal, física y sexual.
Detalla que, en la sociedad, la cultura del abuso está diseminada y los niños alrededor de los siete años de edad, o incluso antes, pueden pasar por el primer momento de descubrimiento de la sexualidad.
En un contexto de enfermedad mental por parte del agresor, el pequeño se convierte en un blanco fácil, a menudo siendo manipulado con promesas de amor y afecto.
«Cuando un niño se cría en un entorno saludable, libre de violencia física, verbal y sexual, tiene la oportunidad de desarrollarse de manera más segura y estable», remarca Araújo.
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