El dulce producto que sorteó el desarrollo en el Valle de los Ingenios, en Trinidad, fue adquiriendo importancia en las tierras más al norte del centro de Cuba y en la segunda mitad del 1800, había 41 trapiches y pequeños ingenios, cerca de una veintena con máquinas de vapor.
Los molinos de la jurisdicción espirituana en 1862 reportaba trabajando a 223 chinos, mientras otras fuentes refieren que la población cobriza, china y yucateca, ascendía en 1872 a casi medio millar de braceros.
En los sorteos de obreros llegados a Sancti Spírittus, según promoción publicada en el periódico espirituano El Fénix, se ofertaban por un chinos mil 200 pesos, mientras por un africano corpulento y joven apenas 30 ó 40 pesos.
Roberto Vitlloch, director de la Oficina del Conservador, en conversación con Prensa Latina, afirmó que la explotación y el fuerte trabajo en los campos provocaron enfermedades y muerte entre los asiáticos, motivando deserciones y fugas.
Si eran apresados iban para el Depósito de Cimarrones, en la Real Cárcel, hasta que los dueños los reclamaban, algo que sucedía con poca frecuencia, agregó.
El siglo XX reportó nuevas inmigraciones de orientales que van a ofrecer su conocimiento en la red comercial, aun cuando muchos se asociaban a grupos dedicados a la producción de verduras a la vera de la villa.
En el Registro Mercantil de la localidad está asentada la primera bodega: un pequeño local, a una cuadra del centro de la ciudad, muy pulcro, ordenado y buena atención del dueño, se dice.
En cerca de una década a partir de 1908 se crearon 25 establecimientos gastronómicos, tintorerías, bodegas, quincallas y tiendas de ropa, cuyos nombres reflejaban sus nostalgias: Cantón, República China, Joven China, Gran China, El Asiático y La Cantonesa.
La conformación de la nacionalidad cubana con hombres y mujeres venidos desde tierras lejanas, españoles, africanos y chinos, dejaron su impronta, de los asiáticos heredamos fases celebres como “No lo salva ni el médico chino” o “paciencia china”.
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