domingo 6 de octubre de 2024
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El también es mexicano

La Habana, 27 may (Prensa Latina) Llegué a Veracruz —tan parecido a La Habana por su gente, su malecón y su mar— en barco, en una noche de mucho aire fresco y música.

Era noviembre, el Zócalo de la bella ciudad portuaria se vestía de fiesta para recibir a su público y, en especial, a los participantes en un concurso dedanzón.

Me uní al jolgorio curioso, pero sobre todosorprendido por el amor y respeto que en esa urbe mexicana le profesan al baile nacional de Cuba.

Por la plaza desfilaron bailadores de todas las edades, en cuyos rostros era evidente el disfrute por el contagioso ritmo y los centenarios pasos, nacidos el 1 de enero de 1879, en el Liceo de la ciudad de Matanzas, con el estreno de Las alturas de Simpson, el primer danzón interpretado por la Orquesta de Miguel Faílde.

La noche iba bien. Yo andaba de un lado a otro mirando, entusiasmado, orgulloso de mi estirpe matancera. Hasta que: “Joven, me permite una pieza”, la invitación lanzada a pleno rostro por una señora de la tercera edad, muy bien vestida y pintada para la ocasión, me puso en aprietos.

Doña Ángela, que era su nombre—enseguida se presentó—, desconocía mi nacionalidad, solamente era una de las tantas amantes del danzón que asistía al lugar frecuentemente para divertirse un rato y “echar unos pasillos”, según me explicó.

Fue una sorpresa para ella cuando reconoció mi acento foráneo. Y fue mayor cuando me presenté como un visitante cubano que, además, no era muy ducho en el ritmo, derivado de la danza y la contradanza, aquellos bailes de salón provenientes de las cortes europeas “aplatanados” en Cuba al ritmo de los compases españoles, mestizos y africanos.

Mi incapacidad para descifrar cómo era necesario moverse fue recibida por la Doña casi como un insulto. O con pena. Porque para ella, todos los naturales de la isla caribeña debían conocer el danzón, como mismo todos los mexicanos debían venerar a la Virgen de Guadalupe.

No entendió cuando le comenté que para los cubanos más jóvenes ese baile no figura en la lista de preferencias.

“Imposible que algo tan bonito se haya quedado para los concursos y los abuelos”, me dijo preocupada. Tampoco le aclaré que luego de su época de auge, el danzón encontró en la nación antillana rivales fuertes como el danzonete y el chachachá. Y con los años, la música fue cobrando ritmos más rápidos, a los que debieron adaptarse también los bailadores.

Nunca le pregunté la edad, pero debió pasar la curva de los 60. No obstante, bailaba con mucha soltura y me animó para que la acompañara y le siguiera el paso.

Orgullo nacional, vanidad y cuatro tequilas bien sonados de preámbulo, guiaron mis pies,al principio algo torpes,pero que al entrar en calor se movieron con increíble naturalidad.

A la tercera pieza ya me atrevía a hacer evoluciones y daba vueltas como un trompo. Detrás corrían el ADN y las toneladas de horas bailando Casino acumuladas en noches de fiestas y bares, que mucho ayudaron a defenderme en aquel momento. Y es que al final, el Casino es el resultado de la evolución de todos los bailes que lo precedieron.

De tal forma me gané el cariño de Doña Ángela y el saludo aprobatorio de unas cuantas parejas concursantes, al tanto de mi origen, que aprovecharon para invitarme a los próximos eventos.

Luego, recorriendo otras ciudades de México, supe que el baile criollo encontró buena cobija en esa rica nación, a tal punto que no pocos creen y defienden con energía que el danzón es mexicano.

En uno de sus debates “filosóficos” —al filo de una barra—, que amenazó con subirse de tono hasta límites insospechados, opté por el empate: el danzón es cubano-mexicano, dije. En aquel momento, aquella sabía opinión, acompañada de aplausos y de gritos de ¡Viva Cuba y México!, me sacó del apuro.

Después, reflexionando con más tiempo, reconocí que tenía su parte de razón: en la cultura no es solo padre el creador, sino quien se encarga de protegerla, amarla y de perpetuarla. Y los mexicanos lo han hecho así con nuestro ritmo.

(Tomado de 4ta Pared, suplemento cultural de Orbe)

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